Soy Adriana Ballesteros. Escribo Libros para público infantil y juvenil que se publican en Argentina, Colombia, México y Perú. Si deseas ver mis libros haz click en el botón de abajo.


Soy Adriana Ballesteros. Escribo Libros para público infantil y juvenil que se publican en Argentina, Colombia, México y Perú

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Capítulo tres

-Se llevaron a Franco- me dijo Julián esa mañana.

Me di vuelta, no entendía (o no quise entender) de qué me hablaba.

-¡¿Cómo?!

-Lo esperaron a la salida del club, lo metieron en un Falcon y se lo llevaron.

Perdonen si no saben de qué hablo, pero voy a intentar contar esta historia desde el principio.

Capítulo uno

No me gusta el fútbol (si piensan que eso no es ningún problema es porque no son varones o no viven en mi país). No me gusta el fútbol ni ningún otro deporte. Practico judo, pero no porque me guste, sino para defenderme de Manuel Ibáñez .

Miento. En realidad comencé a practicar por ese motivo. Pero al tiempo descubrí que me gustaba. Sí. Me gusta el judo. Gracias a Franco. Es otra de las cosas que debo agradecerle. Me llamo Tristán (mis padres son amantes de la ópera y si era nena me iba a llamar Isolda, así que supongo que Tristán no está tan mal) Tristán Cohen y estoy en cuarto año del Colegio.

Fue gracias a judo que conocí a Franco Binott. El también iba al colegio, pero cursaba sexto año. Practicaba artes marciales desde chico y desde hacía un par de años daba clases en el club y también en la parroquia cercana al barrio las Acacias (una zona muy humilde). Por las clases del club cobraba un sueldo, a la parroquia iba gratis.

-Vos también podrías venir a dar una mano.

-¿Yo? ¿Voy a dar clases de judo?

-¡No! de matemáticas y de lengua. Podés unirte al grupo de los domingos. Viene gente del Colegio y de la facultad. Algunos dan clase de apoyo a los chicos, otros enseñamos deportes y talleres. Tratamos de dar una mano para que no abandonen la escuela y sacarlos de la calle.

Acepté la propuesta y me uní al grupo. Desde el año pasado doy clases de matemática en la parroquia. El cura, Luis (tal y como dijo Franco) es un tipo muy piola. Y muy buena gente. Si querés ayudar, sos bienvenido. En casa no conté nada, porque, ¡se imaginan! Mi mamá pondría (literalmente) el grito en el cielo. ¡Y la bobe! No quiero ni pensarlo.

Entre los chicos que damos clases está Clara que también va al Colegio al turno mañana. Tiene ojos verdes, el pelo enrulado, es linda, es dulce y me hizo olvidar a Laura Cossio (la ingrata).

Los pibes del merendero merecerían un capítulo aparte. El padre Luis y Yolanda ( la señora que ayuda a Luis a limpiar la parroquia) les dan la merienda. Después nosotros los ayudamos a hacer deberes de matemáticas, lengua, historia etc. Por fin como premio practican judo o juegan al fútbol con Franco.

¿Cómo fue que empecé judo?

Como ya dije no me gusta el fútbol. Tampoco correr, ni saltar, ni atajar, ni lanzar, soy torpe a más no poder y a Manuel Ibáñez esto parece divertirle mucho porque lo resalta delante de quien quiera oírlo (un esfuerzo innecesario, porque basta verme en el equipo para notarlo).

Desde el primer año la tiene conmigo -"Tristín"- solía gritarme subido al trampolín más alto de la piscina: -¿a que no te arrojás desde acá? (hasta el día de hoy no me animo) y él por supuesto saltaba y hacía una doble mortal en el aire para que todos lo vean y lo aplaudan. O bien - "Tristín" ¿A no que soportás ir de una punta a la otra de la piscina sin respirar? (No. No soporto) Y cosas por el estilo.

El colegio es uno de los más exigentes (en realidad es el más exigente) de todo el país. Para ingresar hay que rendir varios exámenes muy complicados. Es un misterio que semejante tonto haya obtenido el puntaje necesario. Algunos dicen que en realidad no sólo nos los aprobó, sino que ni siquiera los dio y que su padre, un empresario con vínculos en el poder, le hizo al rector una "oferta que no pudo rechazar". No hay pruebas de ello, pero muchos dan crédito a este rumor. Yo soy uno de ellos.

El punto es que Ibáñez no pierde oportunidad para fastidiarme.

¡Sentalo de una trompada vas a ver cómo no molesta más! Fue el "sabio" consejo que me dio mi padre en primer año cuando les conté lo que me pasaba (en esa época, todavía confiaba en ellos y los tenía al tanto sobre los detalles de mi vida) El consejo no era precisamente brillante, Ibañez es una mole enorme de masa muscular. Y yo..., bueno, yo no.

Para esa época me gustaba Laura Cossio de segundo cuarta. Había intentado miles de veces hablar con ella, pero nunca me animaba a hacerlo y cada vez que la cruzaba me quedaba callado.

Es posible que hasta ese momento ella sospechase que yo era un tonto, pero ese lunes 5 de mayo a las 12.10 PM lo confirmó.

Cuando salimos del colegio nos dirigimos todos juntos hacia la plaza cercana y la vi caminando sola. En un repentino acceso de valentía decidí acercarme, pero cuando casi llegaba a mi meta apareció Ibáñez de la nada y me puso el pie. Obviamente tropecé.

-¡Qué hacés!- le dije.

-Mirá por donde vas "señorita" - me contestó.

A esa altura ya se habían reunido varios chicos con ganas de arengar - ¡Pegale!- me gritó uno.

Y yo me levanté. Y no van a creer lo que dije: "No voy a rebajarme a su altura".

¡Que estúpido! Quiero decir eso es lo que realmente pienso, pero decirlo no funciona si sos un varón y vivís en mi país.

Obvio que las burlas arreciaron. Y ese lunes 5 de mayo a las 12.30 PM me hice la firme promesa de terminar con la humillación.

La promesa me llevó al club. Allí averigüé por clases de defensa personal y conocí a Franco Binott. El, más tarde, me presentó al grupo de los domingos dónde hice mis mejores amigos.

Capítulo dos

Mayo 1977

Estaba por entrar al colegio cuando se me acercó Julián, uno delos chicos del grupo. Estaba pálido, casi verde. -Se llevaron a Franco- me dijo.

Me di vuelta no entendía ( o no quise entender) de qué me hablaba.

-¡¿Cómo?!

-Lo esperaron a la salida del club, lo metieron en un Falcon y se lo llevaron.

-¿Quiénes?

No contestó, parecía a punto de desmayarse.

-¡No puede ser! Y ¿el padre Luis? ¡seguro que puede hacer algo! ¿Le avisaste?

Julián tambaleaba. Se sostuvo con la pared. -Andá a tu casa. Le aviso yo.

Pegué media vuelta y fui a la parada del colectivo. Tras diez eternos minutos extendí la mano y subí. No estaba lleno. Me senté en el último asiento. No podía dejar de pensar. Necesitaba imperiosamente detener la mente, al menos hasta hablar con el padre Luis.

Tenía que caminar cuatro cuadras hasta la parroquia. A pocos metros de la parroquia vi un revuelo de gente. Y un par de Falcons verdes.

Me crucé con Raúl, el kiosquero, tenía cara desencajada y caminaba rápido -¿que haces acá pibe?

-Vengo a ver al padre porque...

-¡Rajá! Dobla la esquina. Que no te vean -me conminó en tono urgente.

Dudé un instante antes de hacer caso. Doblé la esquina y caminé no sé cuántas cuadras sin mirar atrás.

Por suerte no había nadie en casa. Tenía un nudo en el pecho imposible de deshacer.

Me encerré en mi cuarto y a la hora de la cena, dije que me sentía mal.

Al colegio tenía que ir, porque había llegado al límite de faltas. De todos modos era mejor así, tal vez allí pudiese averiguar algo de Franco y del padre Luis.

A la mañana siguiente entré al colegio con el alma aterida. Formamos y tomamos distancia.

El celador pasó por las filas para controlar que los varones llevásemos la corbata puesta y pelo corto y la chicas las polleras por debajo de las rodillas y pelo trenzado. Retiró a Jorge Dillón de quinto segunda por tener el pelo largo (había tratado de disimularlo con clips) y a Laura Sponza de segunda tercera por no hacer silencio durante la requisa.

Yo estaba en mi lugar de la fila justo delante de Ibañez, tratando de no escuchar las cosas que me decía por lo bajo. Cuando el celador pasaba cerca, se quedaba callado y apenas se alejaba volvía a la carga. Desde que lo dejé fuera de combate con una toma de judo, (en tercer año) gocé de un alivio temporal, pero a la larga resultó peor. Ibáñez fue alimentado una rabia sorda, un odio que crecía en su interior buscando una oportunidad de explotar.

Teníamos clase de lengua. Estábamos viendo el Mío Cid. Me gustan todos los libros, salvo el Mío Cid (¿a quién puede gustarle ese engendro?).

-Tristán Cohen -pidió el profesor habituado a contar conmigo -¿Qué reflexión le despierta este texto?

Sacudí la cabeza, -¿No lo leyó?- se asombró el profe.

Lo había leído pero no tenía ganas de hablar. Si me ponía uno, me daba lo mismo. De pronto todo me daba igual.

-No pude.

El profesor Capello sacudió la cabeza y siguió preguntado a los otros compañeros.

Ibáñez pidió permiso para ir al baño. Está prohibido salir del aula si no sonó el timbre del recreo, pero el profe no retiene a nadie en clase contra su voluntad.

-Fue la primera novela escrita en español y refleja los valores de su sociedad y... -De pronto alguien abrió la puerta del salón. En cuatro años jamás nadie interrumpió una clase.

-¿Si? -preguntó el profesor

Dos tipos trajeados de oscuro irrumpieron en el aula sin pedir permiso.

-¿Disculpen? -intentó detenerlos el profe- Por toda respuesta les mostraron dos credenciales.

El profesor las miró detenidamente -¿Necesitan algo?

El tipo de la derecha esbozó una sonrisa finita como el filo de un cuchillo. -Buscamos a Tristán Cohen.

El aire se volvió de plomo. Mentiría si dijera que pensé tal o cual cosa. El tiempo se detuvo. La escena siguió como si la viera de lejos y en cámara lenta.

-¿Cohen? El profesor tomó el registro y lo revisó durante tres eternos segundos -No, no vino a clase.

¿Sería posible? ¡Me estaba salvando!

Los tipos asintieron y se quedaron allí. Inmóviles. ¿Por qué no se van? ¡No le creen!

-Nos quedamos un rato observando la clase -dijo uno.

Y se quedaron erguidos, firmes contra la pared del fondo.

El profesor siguió como si nada. En ese momento regresó Ibáñez. Agradecí que no hubiese llegado antes, porque me hubiera delatado sin dudarlo. ¿Y si lo hacía? No quería ni mirar hacia donde estaban los dos matones. El corazón me latía de un modo horrendo, pensé que se me iba a detener en cualquier momento. Traté de abrir la carpeta pero me temblaban tanto las manos que desistí. De reojo vi que Ibañez se sentó en su lugar. También él parecía asustado.

-Vamos a hacer un paréntesis con el Mio Cid y retomaremos la novela Juvenal -anunció el profesor.

¡¿Qué?! Esa era la novela que leímos en el curso de ingreso. No la habíamos vuelto a leer y ¡estaba totalmente fuera de programa! El profesor inmutable habló de la novela, de la época en la que fue escrita y demás. Los mastodontes, tal vez aburridos, se marcharon. ¿Ese sería la idea? No, si el plan era aburrirlos hubiera bastado ( y sobrado) con el Mio Cid.

¿Se habrían marchado del todo? "A Franco se lo llevaron a la salida del club" la frase me revolvía el alma. Y me ponía sobre alerta. Tal vez estuvieran en la puerta. Esperándome.

Tuve el impulso de ir a darle las gracias al profesor, pero lo reprimí. Podían estar vigilando así que me limité a agradecerle con la mirada. Tal vez entendió. Nunca lo sabré. -Es todo por hoy. Para la próxima relean con mucha atención el capítulo tres del libro.

Terminó su clase como si nada hubiese ocurrido y se fue. La siguiente era la hora de geografía "Las cadenas montañosas se extienden por..." las palabras de la profesora me llegaban cada vez más lejanas hasta que las anulé por completo y dejé de oírlas. Las preguntas se agolpaban en mi cabeza.

El profesor me había salvado. ¿Por qué había mencionado ese libro? Había cambiado la voz cuando mencionó el capítulo tres. ¿Qué decía ese capítulo en particular?

Capítulo tres

El edificio tiene dos siglos y medio de antigüedad y el colegio es el primero de la ciudad. La novela (o crónica novelada, como prefieran) Juvenal fue escrita hace más de dos siglos por un ex alumno ilustre que relataba sus andanzas estudiantiles

¿Que pasaba en el capítulo tres? ¡No podía recordarlo! Me había convertido en una pelota de nervios. Tenía que dominarme. Intenté practicar la respiración con la que terminaban las clases de judo, la que Franco nos enseñó. ¡Franco! El recuerdo me lastima la garganta ¡No hay tiempo para eso ahora! Inhalo, exhalo, inhalo suave, exhalo... La respuesta llegó como un latigazo ¡El pasadizo! ¡El autor se escapaba de clase a través del pasadizo secreto! Sólo quienes habíamos leído la novela sabíamos dónde estaba. ¡Linterna! ¡Iba a necesitar una linterna! Creo que en algún lugar de la mochila tenía un encendedor. ¿Serviría? Mejor que nada. Me puse a revisarla. Sonó el timbre del recreo. Todos se levantaron y salieron sin mirarme ni dirigirme la palabra seguramente aterrados ante la (muy probable) posibilidad de que nos estuviesen vigilando y los relacionen conmigo. No los culpo, yo hubiera hecho lo mismo. Todos, salvo Ibañez (claro que no estuvo en el aula en el momento en el que los matones preguntaron por mi) -¿No salís? -me preguntó.

-Estoy buscando algo. Ya voy.

-Va a venir el celador.

-Y a vos qué te importa, salí vos.

Me miró con un brillo raro en los ojos y salió.

Tenía razón, sólo contaba con unos minutos antes de que apareciese el celador y nos obligase a abandonar el aula. ¡Dónde está el maldito encendedor! ¡De pronto lo vi, allí, en el fondo de la mochila! Lo tomé y me lo guardé en el bolsillo. Vi que Ibáñez tampoco había ido al patio. Se había quedado cerca de la puerta. ¿¡Qué querrá ahora!? Caí en la cuenta de que "él no estuvo en el aula en el momento en el que los matones preguntaron por mí." Se me paralizó el corazón. Me encaminé hacia la entrada mientras repasaba la escena. Ibañez salió del aula y dos minutos después entraron los matones. ¿Casualidad?

Salí del aula y me dirigí hacia el patio. Tenía que perder de vista a Ibañez. Evitar que me siga. Entre él y yo había algunos compañeros. Fingí que tropezaba y caí sobre Nino Pagani que fue a dar contra Mauro Gustav, que empujó a Ibáñez. Efecto dominó.

-Perdón- murmuré mientras me alejaba. Caminé hacia el pasillo lo más naturalmente que pude para evitar que se note el temblor en mis piernas.

La escalera caracol estaba en penumbras. Me pareció oír pasos en el pasillo, a mi espalda. Algo sonaba como una voz forzada, susurrante. ¿Me estarían siguiendo? Bajé los escalones rápido, de dos en dos, tropecé y me raspé una rodilla.

Por fin llegué al micro cine. Me transpiraban tanto las manos que no podía abrir la puerta. Coloqué la mano derecha y empujé la maldita manija. Avancé a pasos rápidos hasta la próxima entrada. Todo estaba oscuro, pero no me atrevía a usar el encendedor para no alertar a nadie. La puerta de la sala de tiro crujió cuando la abrí. Me quedé quieto, casi sin respirar. No pasó nada, avancé pegado a la pared hasta que por fin di con el pasadizo.

Pasadizo

Empujé la puerta de una bofetada, encendí el encendedor y la cerré detrás de mí. El hedor del encierro me golpeó como un mazazo. La composición del aire es diferente. Es pesada, húmeda. La oscuridad ahora es completa. El encendedor apenas la atenúa. Con una mano en la pared, avanzo. No oigo nada excepto el zumbido ocasional de alguna rata. Recordé que la expresión hacerse la rata, como sinónimo de no ir a clase, nació justamente en este pasadizo. El recuerdo me aleja del asco. No me atrevo a detenerme ni por un instante. Adelante, adelante adelante. De pronto escucho un ruido sordo seguido de un horrible temblor. Algo se desmoronó en algún sitio. El pasadizo tiene más de dos siglos y nada de mantenimiento. Las posibilidades de salir con vida son escasas. ¡Voy a quedar encerrado en este túnel! Podría regresar, salir a la biblioteca y huir por una ventana lateral. Tal vez ya se hayan ido. Una nueva vibración y un nuevo derrumbe, esta vez detrás de mí. El corazón me va a estallar. Se acabó. ¡Que sea rápido! ¡Me aterra la idea de quedarme vivo entre los escombros. De pronto todo se calma. ¡El subte! ¡Estoy debajo del subte! Lo único que puedo hacer es avanzar, salir de aquí. Seguí andando en medio de la oscuridad. De pronto perdí el apoyo y me aferré a la pared. Noté que las suelas resbalaban por el piso mojado. A tientas toqué una puerta en el techo. Busqué un sitio dónde aferrarme y trepé de un salto. La puerta se abre. Según el libro, a la derecha está la escalera de incendios de Nuestra Señora de la Merced. La iglesia está vacía. El aire es fresco, limpio. Me desmoroné en uno de los bancos del fondo, bajé la cabeza y me largué a llorar.

Ya un poco más tranquilo, noté que estaba hecho un asco. Fui al baño, me lavé la cara, me quité como pude el polvo y la suciedad y caminé hacia la salida.

Estoy a tres manzanas del colegio, a cien metros del barrio turista. Camino sin mirar atrás. El aire es frío y limpio. La ciudad huele a café y a especias. Salió el sol. Nadie me mira ni parece seguirme. Entrecierro los párpados y respiro.

PD: aclaraciones necesarias: este relato es una ficción que refleja un período de la historia de Argentina. Por eso está escrito "en argentino". El 24 de marzo de 1976 hubo un golpe de estado en nuestro país y se instauró una dictadura que duró hasta 1983. Durante ese período 30 mil personas fueron detenidas y desaparecidas. Muchos de los desaparecidos eran (como el protagonista del relato) chicos muy jóvenes. El libro del que forma parte este relato se llama "Un lugar en la Memoria" y está compuesto por varias historias reales. En ese momento no pude escribir una historia real (luego logré contar la Crónica de mi exilio que NO es una ficción y puede leerse entre los artículos que publiqué en esta red) por lo tanto inventé esta ficción. El libro al que hace referencia es Juvenilia de Miguel Cané, pero deliberadamente modifiqué el título.

PD 2: este relato habla de una época de mi país muy sensible, cuyas heridas siguen abiertas. Si te agrada como está escrito puedes tomarlo y usarlo para hablar con tus alumnos, con el crédito correspondiente. Si no estás de acuerdo con el contenido, estás en tu derecho, pero ten presente que no contestaré ningún agravio. Muchas gracias.

Soy Adriana Ballesteros. Escribo Libros para público infantil y juvenil que se publican en Argentina, Colombia, México y Perú. Si deseas ver mis libros haz click en el botón de abajo.

Este texto estará disponible por un tiempo para que, si lo deseas, puedas trabajar el tema en el aula. Como ves, es sin cargo, pero escribir cuesta. Si puedes, quieres, piensas que vale la pena, invítame un café! gracias.

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